LINDA LEMAY – Drouot (versión)

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DROUOT(1)
Letra y música: Barbara

Dans les paniers d'osiers de la salle des ventes,
Une gloire déchue des folles années trente
Avait mis aux enchères, parmi quelques brocantes.
Un vieux bijou donné par quel amour d'antan

Elle était là, figée, superbe et déchirante,
Les mains qui se nouaient, se dénouaient, tremblantes,
Des mains belles encore, déformées, les doigts nus,
Comme sont nus, parfois, les arbres en novembre.

Comme chaque matin, dans la salle des ventes,
Bourdonnait une foule fiévreuse et impatiente,
Ceux qui, pour quelques sous, rachètent pour les vendre
Des trésors fabuleux d'un passé qui n'est plus.

Dans ce vieux lit cassé en bois de palissandre,
Que d'ombres enlacées ont rêvé à s'attendre.
Les choses ont leur secret, les choses ont leur légende
Mais les choses nous parlent si nous savons entendre.

Le marteau se leva dans la salle des ventes.
"Une fois" puis "deux fois" alors, dans le silence,
Elle cria: "Je prends. Je rachète tout ça.
Ce que vous vendez là, c'est mon passé à moi."

C'était trop tard. Déjà, dans la salle des ventes,
Le marteau retomba sur sa voix suppliante.
Elle vit s'en aller, parmi quelques brocantes,
Le dernier souvenir de son amour d'antan.

Près des paniers d'osier de la salle des ventes,
Une femme pleurait ses folles années trente
Et revoyait soudain défiler son passé,
Défiler son passé, défiler son passé.

Car venait de surgir, du fond de sa mémoire,
Du fond de sa mémoire, un visage oublié,
Une image chérie du fond de sa mémoire,
Son seul amour de femme, son seul amour de femme.

Hagarde, elle sortit de la salle des ventes,
Froissant quelques billets dedans ses mains tremblantes,
Quelques billets froissés du bout de ses doigts nus,
Quelques billets froissés pour un passé perdu.

Hagarde, elle sortit de la salle des ventes.
Je la vis s'éloigner, courbée et déchirante.
De son amour d'antan, rien ne lui restait plus,
Pas même ce souvenir, aujourd'hui disparu.

En las cestas de mimbre de la sala de ventas,
Una gloria destronada de los locos años treinta
Había puesto a subasta, entre algunas antigüedades,
Una vieja joya regalada por algún amor de antaño.

Estaba ahí, inmóvil, magnífica y desgarradora,
Con las manos anudándose y desanudándose, temblorosas.
Unas manos hermosas aún, deformadas, con los dedos desnudos
Como desnudos están, a veces, los árboles en noviembre.

Como cada mañana, en la sala de ventas,
Zumbaba una muchedumbre febril e impaciente,
Esos que, por cuatro cuartos, compran para revenderlos
Tesoros fabulosos de un pasado ya inexistente.

En aquella vieja cama rota de madera de palisandro,
Cuántas sombras enlazadas soñaron con esperarse.
Las cosas tienen su secreto, las cosas tienen su leyenda,
Pero las cosas nos hablan si sabemos escuchar.

El martillo se levantó en la sala de ventas.
“Una vez”, “dos veces”; entonces, en medio del silencio,
Ella gritó: “Me lo quedo. Lo compro.
Lo que estáis vendiendo ahí, es mi pasado.”

Era demasiado tarde. En la sala de ventas
El martillo cayó sobre su voz suplicante.
Vio cómo se iba, entre algunas antigüedades,
El último recuerdo de su amor de antaño.

Cerca de unas cestas de mimbre de la sala de ventas
Una mujer lloraba sus locos años treinta
Y veía de pronto desfilar su pasado,
Desfilar su pasado, desfilar su pasado.

Pues acababa de surgir, desde el fondo de su memoria,
Desde el fondo de su memoria, un rostro olvidado,
Una imagen querida desde el fondo de su memoria:
Su único amor de mujer, su único amor de mujer.

Azorada, salió de la sala de ventas
Arrugando unos billetes en sus manos temblorosas,
Unos billetes arrugados con las yemas de sus dedos desnudos,
Unos billetes arrugados por un pasado perdido.

Azorada, salió de la sala de ventas.
La vi alejarse, encorvada y desgarradora.
De su amor de antaño ya no le quedaba nada,
Ni siquiera ese recuerdo, hoy desaparecido.


(1) Asociación de anticuarios, galerías de arte, coleccionistas y empresas especializadas en subastas, ubicada en el barrio parisino del mismo nombre.

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