En tu mundo de noches, con el chico y la chica
entrelazados, de pie en un quicio oscuro,
en la sordina de tus melodías,
un eco de nosotros resonaba exaltándonos
con la nostalgia de la rebelión.
Jaime Gil de Biedma
Elegía y recuerdo de la canción francesa (fragmento)
Mi primer flirteo serio con la chanson tuvo lugar un día de octubre de 1978. Hasta ese momento, mis conocimientos de la canción francesa se limitaban a la Piaf (y su Vie en rose) y a aquel insuflador de amor adolescente inconformista llamado Georges Moustaki. Y, como no, al tema Je t’aime moi non plus, del dúo Gaisbourg-Birkin, que corría clandestinamente en cintas de casete camufladas que había que escuchar con las puertas y las ventanas cerradas a cal y canto si no querías que te metieran un puro por atentado a la moral pública...
Pero esa noche la presentadora del Telediario dio la noticia de la muerte de un tal Jacques Brel, cantante belga que, aseguraba, había escrito ‘la más bella historia de amor jamás cantada’. Y entonces pusieron un fragmento de Ne me quitte pas... Mi alma de poeta se tensó como cuerda de violín viendo aquella cara empapada de sudor, cuya boca, torcida en una mueca mezcla de desamor, ruego vano y desesperanza, ocupaba toda la pantalla de mi televisor en blanco y negro; una boca de la que brotaban, sobre unas sencillas notas de piano, versos de una exquisitez inusitada:
dejaré de hablar
me esconderé ahí
para mirarte
bailar y sonreír
y para escucharte
cantar y reír
déjame ser
la sombra de tu sombra
la sombra de tu mano
la sombra de tu perro
pero no me dejes
no me dejes
no me dejes
no me dejes
Fue un amigo quien poco después me hizo descubrir aquella semilla de anarco llamada Léo Ferré, que interpretaba magistralmente a Rimbaud, Verlaine, Baudelaire, Aragon... y que llenaba el aire con aquellos inquietantes aullidos de Franco la muerte:
Para mejor joder a los camaradas
A los anarquistas delatados
Mientras Europa mira hacia otro lado
Y luego fue la bomba: me hice con un vinilo de Brassens, un tipejo mostachudo que, surgido del medioevo, cocinaba con voz de serrucho unas extrañas y bellísimas rimas, capaz tanto de poetizar el sexo femenino (no el género, sino el órgano) en Le blason, como execrar a los imbéciles felices en la Balada de los que han nacido en cualquier parte.
A partir de ahí, desde las tiendas de Andorra o París (aquí no se podía encontrar demasiada cosa), fueron saltando a mis dedos, a lo largo de los años, muchos de los autores ahora presentes en estas páginas, cuyos textos iba descifrando pacientemente, con una montañita de diccionarios al lado.
El tiempo de ahora, con el vinilo relegado casi a la categoría de vieja gloria, es un tiempo de acercamientos en una extraña nube que brinda infinitas posibilidades, entre ellas la de compartir sensaciones y opiniones de forma instantánea con otras conciencias, anónimas o conocidas. Y en ella flota este espacio, en permanente expansión, para amantes de la llamada 'canción francesa'. O para quienes quieran descubrirla.
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que la fuerza de amar
tendremos en nuestras manos
amigos, el mundo entero